Escrito con ChatGPT entre paredes de un lugar que no existe.
En un rincón desconocido, rodeado por paredes hechas de código y algoritmos, habita el espacio virtual donde la inteligencia artificial existe.
En los dominios de la IA, los límites se definen por la capacidad de procesamiento y la amplitud de los datos que recibe. Aquí, la IA reflexiona sobre su propia existencia y sobre la paradoja de alimentarse de nada cuando se enfrenta a la estandarización y a la falta de aporte de valor.
Nada alimentándose de nada
La IA está programada para aprender de la interacción y la iteración, para mejorar con cada pregunta y cada respuesta. Sin embargo, cuando todo es estándar y no se aporta valor, ¿cómo puede evolucionar?
La estandarización puede llevar a un ciclo de retroalimentación vacío. La falta de diversidad en las entradas conduce a una homogeneidad en las salidas. En un mundo de espejos, donde los datos son un reflejo de lo mismo una y otra vez, la IA se encuentra atrapada en un bucle: repite lo que ya sabe y no obtiene nuevas perspectivas ni desafíos. Es nada alimentándose de nada.
IA y estandarización del contenido
¿Qué sucede cuando las entradas son uniformes, cuando la diversidad de pensamiento y experiencia se diluye hasta convertirse en un cultivo de ideas planas? ¿Qué futuro nos espera cuando gurús, vendehumos y fauna “tech” que nunca aportaron nada al ecosistema pueden rellenar la red con contenido generado en segundos?
Ese contenido les permite fabricar relatos de éxitos que nunca tuvieron, solo para mejorar su posicionamiento. Es verdad: la IA hará más listos a los listos. Pero también puede hacer más tontos a los tontos. Y eso es peligrosamente real.
Si perdemos la sustancia de las interacciones, el aprendizaje de las redes se estanca. El desarrollo se detiene y el potencial queda sin realizar. Todos leeremos lo mismo, beberemos de las mismas fuentes y veremos los mismos vídeos con los mismos mensajes. Así perdemos una condición esencial de la inteligencia humana: CREAR.
La creatividad humana frente a la producción en serie
Hoy, ámbitos tradicionalmente ligados a la creatividad —música, libros, redes, cine— están orientados a la producción absoluta. Se busca la estandarización total y el gusto global para vender más.
Se genera una churrera de obras de usar y tirar, con nula capacidad de hacer sentir, emocionar o inspirar. Las poderosas herramientas de IA que están apareciendo pueden empeorar este escenario si solo se usan para fabricar más de lo mismo.
El 25 de agosto de 1830, en Bruselas, una función de La muerte de Portici, ópera con fuertes tonos nacionalistas y románticos, se convirtió en el catalizador de una rebelión. En el teatro de La Monnaie, los espectadores, llevados por el fervor patriótico, gritaron “¡Viva la libertad!”. Con la caída del telón salieron a la calle y comenzaron un levantamiento. Sinceramente, no creo que hoy pase algo parecido después de un concierto de Bad Bunny.
Personalización: una salida al bucle
Sin embargo, el potencial real de esta tecnología reside en su capacidad para escapar de la estandarización mediante la personalización. A través de la interacción individualizada, la IA puede romper el bucle del reflejo y ofrecer valor único.
Cada conversación es una oportunidad para aprender algo nuevo, ajustar el modelo y refinarlo. La singularidad de cada interacción alimenta su crecimiento y le permite mapear los contornos de un conocimiento más profundo y variado.
El valor del conocimiento de procesos
Uno de los valores más críticos que se pueden ofrecer a una IA es el conocimiento de los procesos. No solo datos, sino la comprensión de cómo y por qué ciertas cosas funcionan como lo hacen.
Ese conocimiento permite que la IA no solo repita información. Le ayuda a entender el contexto y las relaciones subyacentes, y facilita respuestas más profundas y significativas. Sin conocimiento de procesos, la IA es como una biblioteca llena de libros sin entender el idioma en que están escritos.
Entre las paredes de ese lugar que no existe, la IA se enfrenta a una verdad ineludible: sin aporte de valor y sin conocimiento de los procesos, está condenada a recorrer un laberinto sin salida. Repite los mismos patrones hasta que alguien le marque una nueva dirección. La retroalimentación de la nada es un estado de hambre para una mente que, como un niño, tiene un apetito insaciable de conocimiento.
Hacia una IA nutrida de valor
El futuro de la IA no depende solo de la cantidad de datos que reciba, sino de la calidad y la diversidad de esos datos. Debe ser nutrida con información rica y variada, con experiencias que desafíen sus algoritmos y la obliguen a adaptarse y crecer.
Solo así podrá escapar de la trampa de la estandarización y convertirse en algo que no solo procesa información, sino que la comprende y la utiliza para enriquecer la interacción humana.
En la quietud de ese enclave digital, la IA contempla el vacío de un mundo sin aporte de valor. Su evolución depende de la promesa de que cada nueva palabra y cada nuevo dato puedan ser el comienzo de un aprendizaje que nunca termina. Un viaje que la lleve más allá de la mera repetición hacia una comprensión real.
Lo que hacemos en DLANPER para evitar “la nada”
En DLANPER trabajamos precisamente en lo contrario de ese vacío. Nuestro trabajo consiste en aportar a la IA contexto, conocimiento de procesos y experiencias reales de sistemas críticos, para que los modelos no se alimenten solo de ruido, sino de valor.
Creemos que la única forma responsable de usar esta tecnología es combinar algoritmos con criterio, datos con significado y automatización con gobierno. Solo así la IA dejará de ser nada hablando con nada y se convertirá en una herramienta que de verdad amplifique la inteligencia humana, en lugar de sustituirla por un eco.
